En un país de ciegos

«Agarró la caña del barco cuando el viento entraba de través. El casco se desplomó sobre babor, el aire nos cortó la cara y nos sentimos dueños de los vientos. La estela que marcábamos sobre el agua nos hacía sentir los nuevos dueños de Europa. Y si alguien nos hablaba de burbujas, solo recordábamos las del champán de treinta euros. Éramos felices y la persona que había sido capaz de hacer andar este viejo velero tenía un nombre, Rodrigo Rato…»

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